Viajes con heródoto de Kapuściński
«El camino es la fuente, el tesoro, la riqueza. Solo estando de viaje el reportero se siente él mismo, a sus anchas, se siente en casa.»
Ryszard Kapuściński
Imagen: fotógrafo Mariusz Kubik, vía Wikimedia Commons
¿Qué incita al hombre a recorrer el mundo?
«A decir verdad -afirma Kapuściński-, no sabemos lo que incita al hombre a recorrer el mundo. ¿Curiosidad? ¿Anhelo irrefrenable de aventura? ¿Necesidad de ir de asombro en asombro? Tal vez: la persona que deja de asombrarse está vacía por dentro; tiene el corazón quemado. En aquellos que lo consideran todo déjà vu y creen que no hay nada que pueda asombrarlos ha muerto lo más hermoso: la plenitud de la vida. Heródoto se sitúa en el polo opuesto. Con su continuo ir y venir, es un nómada infatigable, ocupado en mil cosas, rebosante de planes, ideas, hipótesis… Siempre de viaje.»
Conscientes de que estamos aprendiendo a Heródoto con la mirada de Kapuściński, nos introducimos en una serie de fragmentos que nos recuerdan la importancia de la curiosidad y el asombro como condicionantes para emprender el viaje hacia el conocimiento del mundo, de la vida. Así lo refleja el autor cuando, intrigado por el silencio reinante en zonas fronterizas al lugar habitado, expresa:
«Me sentía tentado a asomarme al otro lado, a ver qué había allí. Me preguntaba qué sensación se experimentaba al cruzar la frontera. ¿Qué sentía uno? ¿En qué pensaba? Debía de tratarse de un momento de gran emoción, de turbación, de tensión. ¿Cómo era ese otro lado? Seguro que diferente. Pero ¿qué significaba «diferente»? ¿Qué aspecto tenía? ¿A qué se parecía? ¿Y si no se parecía a nada de lo que yo conocía y, por lo tanto, era algo incomprensible e inimaginable?»
Es la necesidad de sorprenderse con lo nuevo y aprender de ello VIENDO cómo es, su semejanza o diferencia con el lugar común -ya conocido-, lo que detona interrogantes en Kapuściński que lo impulsan a cruzar la frontera. Ahora bien, ¿qué pasa cuando logra hacerlo?
«A medida que recorría kilómetros y más kilómetros me asaltaba la deprimente convicción de que toda pretensión de conocer y comprender el país en que me encontraba era una empresa desesperada y condenada al fracaso. ¡Con lo grande que era! ¿Cómo describir algo que, según me parecía, no tenía fronteras, no tenía fin?» -Escribe-.
Si bien a veces se nos abre el mundo más afuera que adentro, nos encontramos con la novedad planteada por Merleau-Ponty, según la cual:
«El mundo es lo que vemos y, sin embargo, necesitamos aprender a ver.»
¿No es esta la afirmación que hace eco en la consciencia de Kapuściński ante la imposibilidad de describir el lugar descubierto?
¿Uno cómo entiende el mundo?
¿Qué es lo que está mirando por uno?
¿Será posible mirar al otro de forma objetiva?
Mirar al otro de forma objetiva significa cosificarlo. Cosificar al otro significa deshumanizarlo. Al deshumanizar al otro dejamos de ver al humano como lo que es: un Dios.