El más allá en la novela china de Eduardo Berti
«Este sueño ya lo he vivido»
Akira Kurosawa
Imagen: La Opinión de Murcia
Los sueños
«- ¿No les molesta la oscuridad de la noche?
– La noche representa la oscuridad. Si la noche fuera tan clara como el día no estaríamos a gusto. No me gustaría una noche tan clara que me impidiera ver la luz de las estrellas.»
Con frases como la citada, nos introducimos en el país imaginado de «Los sueños», película de Akira Kurosawa en la que el personaje principal visita El Pueblo de Los Molinos de Agua. Este país imaginado está lleno de detenimiento, quietud, pausa. Es como un respiro.
El país imaginado de Eduardo Berti, por su parte, es lo que la abuela de la joven narradora de esta novela ambientada en China, imaginaba como el más allá. Lugar desde el cual se le aparece en los sueños materializada en una voz narradora de reflexiones como:
¿Cuál es el objeto más valioso del mundo?, quiere saber.
Un mirlo muerto, le respondo.
¿Un mirlo muerto?, repite.
¿Y cuántos taels de oro vale eso?
Precisamente, le digo. Nadie puede decir su precio y esto lo hace invalorable.
La cultura china es agorera. Allí todo parece significar algo más allá de lo que se ve y, en especial, de lo que no se ve. La simbología de la muerte, por ejemplo, es un tema muy presente en su literatura.
Es por lo anterior que, la figura del mirlo aunada al tema de la muerte, nos detona interrogantes como:
¿Qué significará ese mirlo?
¿Por qué en la historia es un pájaro enjaulado?
¿Para qué sirve un ave enjaulada?
¿Por qué los ancianos sacan a pasear las jaulas de los mirlos?
La vivencia de la muerte
Ya conectados con el tema del más allá y lo que podría significar en relación con la figura del mirlo muerto o el mirlo vivo pero enjaulado, nos introducimos en la lectura en voz alta del cuento infantil El cielo de Anna. Narración en la que una niña llamada Anna, inventa su propia versión de «país imaginado» para ayudarse y ayudar al papá en la superación de la muerte de su madre por medio del sueño:
«No veo a mamá por ningún lado -dice Anna-. Puede que haya salido al Jardín del Edén a quitar las malas hierbas. Seguro que Dios se alegra de tener una jardinera. Con todo lo que tiene en la cabeza, le vendría bien un poco de ayuda.»
La línea entre realidad y sueño se difumina en El cielo de Anna como en El país imaginado. Al punto de sumergir al lector en una realidad que parece un sueño o en un sueño que parece real. De tal manera, reviven la memoria de sus seres queridos los personajes principales de estas dos obras.
¿Cómo sé que estoy soñando con mi abuela y no con una impostora?
¿Cómo sé yo que me sueña mi nieta y no alguien que se hace pasar por ella?
Qué es lo real y qué es lo irreal de estas historias, puede que no lo sepamos. En todo caso, los muertos no dejan de estar presentes entre los vivos, mientras estos se esfuercen por mantener viva su memoria por medio de los rituales, las ceremonias, los sueños. En palabras de Alberto Manguel, el prologuista de El país imaginado:
«La abuela que agoniza al inicio del libro no disminuye con ese último aliento su presencia; al contrario, su sombra crece a medida que volvemos las páginas hasta ocupar todo el espacio de la novela.»
Nuestra cultura, por el contrario -decimos-, no tiene ritual ni ceremonial con la muerte. Velación, entierro y/o cremación sí, pero cada vez se quiere hacer más ligero el trámite de despachar a los muertos.
Más allá de eso, el problema no lo vemos propiamente en la muerte sino en cómo estamos viviendo. Empezando porque no queremos abrir espacio para hablar del tema y, al no hablar de la muerte, se nos va olvidando vivir.
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