Las mujeres y las bibliotecas en El infinito en un junco

Las mujeres y las bibliotecas en El infinito en un junco

«En cierto sentido, todos los lectores llevamos dentro íntimas bibliotecas clandestinas de palabras que nos han dejado huella.»

Irene Vallejo

Imagen: Santiago Basallo, CC BY-SA 4.0 , vía Wikimedia Commons

Partiendo de la pregunta por la relación entre bibliotecas, mujeres y poder se abre la sesión con el poema El poder de Circe de Louise Glück, a fin de reivindicar figuras literarias femeninas presentes en El infinito en un junco de Irene Vallejo; libro inabarcable y lleno de referencias que reflejan la relación tensa que ha existido históricamente entre los factores enunciados, por ejemplo en el caso de la Biblioteca de Alejandría; invención de poder en la que se hace notable la diferencia entre oralidad y escritura, dado que, mientras la oralidad parece ser una práctica habilitada para «todos» (excepto para las mujeres en el escenario público), la escritura es accesible principalmente para los hombres que integran la élite social y cultural de la Antigua Grecia.

Las mujeres, por su parte, desde la época antigua han tenido un encubrimiento en los libros agenciado desde el poder. Entre ellas, Irene hace especial énfasis en Safo de la Isla de Lesbos, quien al estar inmersa en aquel panorama social que privilegia los encuentros masculinos para el diálogo, el aprendizaje y el goce sexual a partir del deseo, decide asumir una posición de rebeldía al crear este tipo de espacios para mujeres coetáneas a ella, razón por la cual ha sido señalada y desprestigiada por múltiples autoridades literarias y culturales de distintas épocas. Así también es el caso de las bibliotecarias en la modernidad, retratadas como «solteronas», acomplejadas y mal vestidas a través de los medios de comunicación masiva, siendo en realidad en palabras de Irene:

«Chicas modernas, vanguardistas, pioneras en las universidades».

Dichos ejemplos son relacionados con el de la bibliotecaria Maria Moliner, posible autora de la frase:

«Yo soy en la medida que soy para otros.»

Se concibe, en tal sentido, que son los hombres quienes han limitado el poder de las mujeres y que, en algunos casos, el machismo es producido por la mujer; quien sin embargo, ha encontrado la manera de protegerse y/o rebelarse siempre al amparo de una casa; sea el hogar -como es el caso de las esposas-, la iglesia -como es el caso de Sor Juana Inés de la Cruz, considerada la primera feminista de Latinoamérica-, el prostíbulo -como era el caso de las Hetairas (similares a las geishas de Japón), caracterizadas por ser mujeres inmigrantes, independientes en el manejo de sus bienes, formadas en música y literatura, con acceso a círculos de política y cultura a través de sus amantes y libres de la presión de las esposas pero al mismo tiempo doblemente excluidas por extranjeras y por putas-.

A modo de cierre, se brindan algunas apreciaciones sobre El infinito en un junco, calificándolo como libro de divulgación histórica, lenguaje hermoso, buena investigación, sensibilidad poética, narrativa sencilla y universal, fiel a la realidad que vivimos en cuanto a juegos de poder, manipulación de la información, machismo, crueldad humana, esclavitud. Considerando además que es interesante que cuestione, que traiga de nuevo la historia y tan bien contada; aunque para algunos se torna pesado por el exceso de información que contiene, está muy enfocado en lo pasado y hubiera sido bueno que fuera más allá de la práctica del inventario para conocer las percepciones de la autora.

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