Las lomas de El Poblado: La vida que fue alguna vez

Acurrucada bajo una montaña entre la Loma de los Parra y el barrio El Garabato, se asoma la Biblioteca Pública El Poblado. En sus estanterías de once mil materiales bibliográficos hay alrededor de 471 dedicados a la información local. Desde nuestra actividad de Memorias de El Poblado estamos en la búsqueda permanente de testimonios de quienes quieran plasmar las historias de cómo ha sido la vida en sus barrios, qué movimientos sociales se desarrollaron y cómo las construcciones modificaron drásticamente la fachada de la comuna más extensa de Medellín.

A través de los ojos de quienes han vivido toda la vida en las lomas de El Poblado se refleja el verdor de las montañas de un territorio despoblado de edificios. La mirada del pasado intenta resistir a la mutación permanente de la ciudad en nombre del progreso, que pareciera encontrar en el gris su único camino. Las quebradas han sido asfixiadas por el concreto; los cauces bajan mermados y quizá duermen apacibles hasta que un día decidan recuperar lo que han perdido.

Estuvimos conversando con algunos habitantes de los conocidos barrios populares de la Comuna 14. A través de sus palabras intentamos reconstruir la historia. Es en ellos, en los ciudadanos de cada territorio, que los lugares cobran vida.

Hilda Inés Escobar Mesa ha vivido durante toda su vida en la comuna 14, en el barrio El Garabato. Recuerda que al lugar donde hoy se sitúa la UVA Ilusión Verde, en la que queda la biblioteca, le decían El morro y que esto era de los jesuitas hace muchos años. También cuenta que a los antiguos esclavos les regalaron estas tierras cuando recibieron la libertad.

—Acá también venía la gente a elevar cometas y a tirarse en cajas de cartón loma abajo. Y se llama El Garabato porque las abuelas y las bisabuelas preparaban la gelatina de pata sobre los garabatos de los patios. Luego iban a venderla en la plaza de Cisneros.

Hilda es una líder comunitaria del barrio. Ha dedicado toda su vida a buscar el bienestar de sus vecinos y a pelear, cuando hay que pelear, por los derechos de quienes han vivido en este territorio durante toda una vida.

María Yanet Jaramillo ha vivido sus 53 años en El Hoyo, otro de los barrios que no aparece en los documentos administrativos de El Poblado. Ella es una de las encargadas del aseo de la biblioteca. Dice que disfruta mucho trabajar acá, cerca de la casa, que la UVA es muy bonita y le gusta mucho la naturaleza. Recuerda que aquí había pura manga y que todo esto eran fincas. Su abuelito materno era jardinero y el paterno albañil. En algún momento de la historia del barrio les intentaron subir el estrato del dos al seis.

—Eso hubo un revolcón en los noticieros. La noticia salió por todas partes. Mandamos cartas a catastro. Vinieron a verificar y nos dejaron el estrato como estaba. 

Yanet nos dio el contacto de su tía, Blanca Inés Berrío, una mujer de noventa años que trabajaba como lavandera en la quebrada La Escopetería.

—En ese tiempo la quebrada era muy limpia, pero ya no sirve, ahí tiran toda clase de animales. Esa quebrada ya no sirve para nada. El agua ahora está muy mermada. Antes, cuando se crecía, había que entrarse porque se lo podía llevar a uno.

Blanca Inés cuenta que para bajar a El Poblado caminaba a pie hasta la iglesia de San José.

—Esto era puro pantano. Del Hoyo a la carretera el pantano lo devolvía a uno de para atrás. Allá me casé. En la iglesia de San José de El Poblado. También bautizamos a todos mis hijos. Al nieto sí lo bautizaron en La Visitación.

Tanto Yanet como Blanca Inés coinciden en que El Hoyo siempre ha sido un lugar muy tranquilo. Antes, incluso, se podían dejar las puertas abiertas y los niños jugaban libres en la calle.

Desde los años setenta hasta el presente, la panorámica de El Poblado cambió de manera drástica. El recuerdo de las fincas que alguna vez fueron yace en los nombres de las lomas, de algunas calles y de las urbanizaciones cerradas que ahora son la fachada que se contempla desde la lejanía. Aunque El Poblado parezca un lugar de tránsito de aquellos que vienen a trabajar en los centros comerciales, los hoteles y las urbanizaciones, hay barrios que logran resistir el paso de las inmobiliarias y todavía hay familias que recuerdan con nostalgia esa vida de barrio, correr por los morros, bañarse en las quebradas y añorar la inocencia de quienes no sabían que la vida pasaba tan rápido.

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