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Las mensajeras del ruiseñor

Recomendado literario
por Ana María Tobón A.

Martha Correa, Mabel Vallejo, Olga Patiño, Carmen Correa y Socorro García son las mujeres que descubrimos a través de Las mensajeras del ruiseñor, el libro de periodismo narrativo escrito por Marcela Guiral, en el que la autora rescata los oficios que cumplen las yerbateras, parteras y curanderas.

Son cinco historias compiladas en 163 páginas en las que, además de reconocer a estas mujeres y su valor en nuestra historia, se da cuenta de cómo han sido los contextos rurales y urbanos de nuestro departamento, en los que las mujeres, con coraje, pero a la vez vulnerables, se han enfrentado a prejuicios, señalamientos y machismos para alzar sus voces y romper esquemas.

Martha, Mabel, Olga, Carmen y Socorro son resistencia, rebeldía, soledad, amor, desamor, fe y generosidad. Ellas han superado los avatares del delicado arte de ayudar a nacer y han ayudado a curar; han sido maestras en el fino trabajo de preservar la vida.

« Frecuentemente se escuchaban historias de mujeres campesinas que morían porque daban a luz en sus casas, solas. Muchas creían que los niños salían por la boca; otras, que si le jalaban el cordón umbilical al pequeño se iba a salir el intestino o no vigilaban la salida de su placenta. Morían por desgarres, desangres o terribles infecciones. A veces los decesos eran de madres e hijos. (…)
Carmen ya no se consideraba una aprendiz de partera; desde los trece años acompañaba a su mamá, quien a su vez había aprendido de su progenitora, a atender decenas de nacimientos. Ahora, con quince años, tenía claro que siendo auxiliar, era la encargada de proveer ropas, utensilios y elementos; entretener, sobar y si era necesario sostener a la mujer para que se colocara en la posición más cómoda y conveniente (…)».

Fragmento de Sinfín, historia de Carmen Correa (Págs. 112)

« Unas horas más tarde estaba Aidé, una de tantas que pasaba por un alivio envuelto en hierbas, asomada a la puerta de la casona recién remodelada. Contó que a Celina, su mamá, de 72 años, le colgaba la vejiga por fuera de la vagina: hasta la rodilla como si fuera una pera pendiendo de una rama; que tenía mucho dolor y dificultad para caminar. Que ya tenía la cirugía programada pero que cuando la fueron a entrar al quirófano se dieron cuenta de que tenía la presión arterial por el cielo, así que habían cancelado el procedimiento.
Martha fue a su huerta y volvió con manojos de una hierba muy aromática de hojas verde blanquecino, cubiertas en la parte inferior de largas vellosidades, de tallos leñosos.
—La altamisa ayuda a desinflamar —explicó Martha mientras se la entregaba—, entonces le va a servir para que la vejiga vaya encogiendo. La sienta en una bacinilla y que reciba los vapores. (…)
—(…) doña Martha, usted terminó siendo de alguna manera la sanadora del pueblo —Martha sonrió complacida—. Ha salvado más vidas que el médico que viene cada dos meses al centro de salud.
Las dos sonrieron. Sabían que era cierto».

Fragmento de Hierbas para el camino, historia de Martha Correa (págs. 37 – 38)

Marcela Guiral se mimetiza en la narración, pues en las historias de estas mensajeras del ruiseñor, se logra escuchar la voz de ellas: sus testimonios orales, convertidos en documentos históricos a través de la crónica, recopilan saberes ancestrales y estilos de vida. Y estos, combinados con los recursos literarios que, delicadamente, están puestos en la narración, hacen que Martha Correa, Mabel Vallejo, Olga Patiño, Carmen Correa y Socorro García no sean unos nombres más en la historia de las historias de las mujeres, de las luchas o los feminismos.

«Fue en Vegachí donde aprendí de plantas con un yerbatero. Yo en Medellín siempre tuve la curiosidad (…) Nunca me fueron indiferentes las plantas. La abuela era indígena emberá. Y todo lo de ella era con hierbas. (…) Entonces decía: Tráete esta hierba, claro, cuando había en Medellín dónde buscar. En esa época todo era potreros. Vaya y busque esta planta que la vi en tal parte. Yo iba. Me tocó la niñez junto a ella porque en esa época se entraba a estudiar a los ocho años. Uno de cinco a siete es mucho lo que aprende.

Ya muchas plantas en la ciudad no se ven. Todavía se ve la yerbamora, el cilantrón o el cilantro de monte; ah, y la verdolaga. De resto, cuando era niña, había un cadillo que se le enredaba a uno en el pelo y se volvía un nudo y se lo tenían que mochar; era peor que un chicle. Ese cadillo no lo volví a ver, y lo he buscado
mucho.

A veces mis hermanas me gozan. Cuando vengo a visitar a una amiga, yo me devuelvo, busco, recojo plantas que encuentro. A veces veo gente con hierbas en las manos. Venga, ¿usted me dice esa hierba cómo se llama, para qué sirve y cómo la usa?».

Fragmento de La vida entre ramas, historia de Olga Patiño (pág. 87)

En historia de Mabel Vallejo, encontramos discursos que se han impuesto sobre lo femenino y el cuerpo sin la posibilidad de que la misma mujer decida sobre sí misma. Ella se diferencia de las demás parteras por ser médica titulada, su formación ha sido en una Facultad de Medicina, mientras que las demás han aprendido empíricamente de las plantas y los cuidados; pero, cómo dejarla por fuera de este libro si como partera en una ciudad comenzó una pequeña revolución que, al día de hoy, nos sigue impactando.

« (…) Una amiga le había dicho a Eugenia que había una médica en la ciudad que atendía hermosísimo los partos: que apagaba la luz, que ponía música suave y ponía al bebé en una bañera con agua tibia; y lo mejor era que el papá podía estar ahí. Eugenia pensó que eso era un sueño y que quería tener a su bebé de esa manera. Eugenia estaba haciendo la preparación con el doctor Isaza, pero cuando le preguntó qué médicos le recomendaba para recibir a su hijo, entre los nombres que aparecieron estaba el de la doctora Mabel Vallejo. Ya eran dos las personas que le hablaban de ella y Eugenia y William decidieron buscarla».

Fragmento de La casa, historia de Mabel Vallejo (págs. 57 – 58)

La experiencia de lectura de Las mensajeras del ruiseñor le ofrece al lector ser cinco mujeres distintas, comprender su mensaje de vida y recibir su legado.

«Desde hace quince años no atiendo partos, pero todavía vienen para que las sobe, les acomode los niños que están encajados. Ese destino no se me acaba. Las acuesto en la cama y les hago masajes. Ya lo siento bien, me dicen, ya descansé. Hoy ha estado cantando el ruiseñor, ¿lo oyes, Joaquín? Vienen más lluvias. Es agosto, pero ya no es el mes de los vientos. Los ruiseñores no cantaban en agosto.

Los niños ya no suben a elevar cometas al cerro de Cristo Rey, ¿te acordás? Tenían que pasar por nuestro patio para llegar allá arriba, no había otro camino.
Los veíamos desfilar con sus esqueletos de madera y papel y en minutos el cielo se poblaba de cometas rojas, azules, verdes, amarillas. El viento les revolcaba el pelo. Vos decías que las cometas y los niños corrían casi sobre nuestras cabezas. Oí, oí. Es tiempo de lluvia».

Fragmento de Las mensajeras del ruiseñor, historia de Socorro García (págs. 161 -162)

En 2021, Marcela Guiral fue ganadora de la beca de creación en periodismo literario que otorga la Alcaldía de Medellín; el libro Las mensajeras del ruiseñor fue publicado en 2022 por la editorial Tragaluz y la ilustración de la portada fue hecha por Tobías Arboleda. Este libro ya hace parte de la colección de las bibliotecas que integran el Sistema de Bibliotecas Públicas de Medellín. También puede conseguirse en librerías.

Un poco más sobre la autora:

Marcela Guiral es bibliotecóloga de la Universidad de Antioquia; magíster en Educación Superior en Salud de la misma universidad —donde actualmente es docente—, y máster en Promoción de Lectura y Literatura Infantil, de la Universidad de Castilla – La Mancha, España. Otros de sus libros publicados son: A mediodía llovían pájaros (2022), Viento llegó tarde (2022), Este legado de alas (2022), Se resfriaron los sapos, premio nacional El Barco de Vapor, 2015, y ¡Mira lo que trajo el mar! (2012).

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