Queridos Lectores de Medellín:

Queridos Lectores de Medellín:
Hace varios años, cuando descubrí la pasión por la lectura, necesitaba leer en voz alta al aire libre para oír la melodía de cada historia y uno de mis lugares cercanos era el cementerio San Pedro. Allí pasaba horas leyendo clásicos sentada en las afueras de algunos mausoleos, mientras era atravesada por palabras y metáforas que seguramente motivaron los sueños tan surreales que tuve en ese espacio. Recuerdo uno por las palabras de una joven alta y pálida que aparece caminando en la noche, y me dice: “Ya no soporto el patetismo de Emma Bovary, mejor léenos un Shakespeare”. Desperté pensando que los muertos parecían escuchar mejor que los vivos, de modo que las lecturas del cementerio se convirtieron en un hábito animoso que me excitaba hasta el punto de sentir corrientazos eléctricos en la cabeza, como en mis juegos de infancia.
Había una especie de relación invisible que no alcanzaba a sentir en los estados de vigilia. Si bien la relación física que construimos con los libros es entrañable y suaviza nuestra soledad, el acto de leer en voz alta ya no era íntimo para mí. Comencé a leer todo lo leíble: el movimiento de las personas, el eco de las conversaciones, los olores de bares y tiendas, las hojas de los árboles al caer al pavimento, las historias que no estaban escritas, cada cosa en una composición inesperada e inacabada. Así, como la mirada se transforma después de leer un libro, cuando leemos la realidad nuestra mirada también cambia al ir a los textos. Por eso, queridos lectores, les invito a leer esta ciudad con su belleza y su miseria. Aunque son fieles amantes de los libros, no dejen que la vida se escape a sus sentidos, todos, porque el de la vista es quizás el más engañoso que hay. Dicen que el cuerpo sabe, confiemos entonces en que el cuerpo nos lleve a percibir la poética de la cotidianidad y a comprender las contradicciones humanas.
Con cariño:

