Manuel Mejía Vallejo: Un recuerdo señalado

Manuel Mejía Vallejo nació en Jericó, pero vivió gran parte de su vida en Jardín, ambos municipios del Suroeste antioqueño. Mente inquieta que comenzó a escribir sus primeros poemas y cuentos cuando tenía quince años. Arribó a Medellín a terminar su bachillerato. En 1944 estudiaría dibujo y escultura en la Escuela de Bellas Artes. Allí conoció a Fernando Botero y a Rodrigo Arenas Betancourt. Sin duda las conversaciones con ellos sobre la vida y el arte influyeron en su forma de pensar y, más tarde, en su escritura.

Su primera novela le llegó una tarde después de ir a cine. Pasaban una película en la que un hombre se iba de su tierra. Contaba Manuel Mejía que no quiso terminar la película. Salió a tientas del teatro, fue a comprar un cuaderno cuadriculado con hojas azules y márgenes rojas y, a partir del recuerdo de su finca, brotó de sus dedos su primera novela, La tierra éramos nosotros.

Indudablemente Manuel Mejía es uno de los escritores con una de las obras más sólidas en la literatura colombiana.  Con una producción que abarca cincuenta años de trabajo, exploró la violencia del campo, los azares urbanos, la música, la muerte, entre otros temas que fueron fuente de sus preocupaciones estéticas. Uno de sus más grandes logros fue la creación ambiciosa de Balandú, ciudad ficticia ubicada en el Suroeste de Antioquia en la que enmarcó gran parte de sus historias. Este universo toma como punto de partida la colonización antioqueña y explora las guerras civiles y la vida de la familia de los Herreros, fundadores de esta ciudad.

Balandú, el pueblo ficticio creado en la obra de Manuel Mejía Vallejo podría equipararse a Macondo, la ciudad en la que se desarrollaron varias historia de Gabriel García Marques pero si observamos con detenimiento, los separan grandes diferencias, Balandú se preciaba de tener un clima templado debido a su ubicación cercana a un páramo, en el que las campanas de la iglesia retumbaban interminablemente, donde, su quietud, hacia parecer que era día de muertos todo el día, donde el cascotear de los caballos perturbaba esa calma. Macondo, por otra parte, tenía un clima más tropical debido a que se encontraba a orillas de un río, allí, transcurrieron varías historias ya conocidas del realismo mágico de gabo, en medio de la selva tupida y la ciénaga en la que el Coronel Aureliano Buendía no encontraba respuesta y es por esto que decidió marcharse.

Arte al parque (noche extendida)

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Taller de escritura Balandú