
Andrés Felipe, Mariana y Verónica ponen en práctica su plan casero de lectura
Por más cansado que esté, cuando llega a casa, Andrés Felipe Ávila se mete bajo las sábanas con Mariana, su hija de cuatro años. Encienden la linterna y abren algún libro, entonces ¡comienza la magia! La cama se convierte en una cueva donde se escuchan historias, cuentos y fábulas.
La vida de Andrés Felipe, coordinador del área Fomento de la Lectura de la Red de Bibliotecas de Comfenalco Antioquia, gira entorno a la lectura, a la que llegó por medio de las historietas. Estudió licenciatura en Humanidades y Lengua Castellana de la Universidad de Antioquia, luego hizo una maestría en educación con énfasis en Derechos Humanos de la Universidad Católica de Oriente.
Si algo disfruta es el trabajo de promoción de lectura en las comunidades y los picnic literarios con su familia, “que no es otra cosa que llenar una canasta de libros y golosinas e irnos a una gramita cerca a la casa”, dice él. Esos pequeños rituales alrededor de la literatura son un ejemplo de planes caseros de lectura. Fue invitado al primer Seminario Abierto del Observatorio, en la biblioteca Santa Elena, para hablar sobre cómo hacer un plan de estos en casa.

Esto es lo que dice Andrés:
La palabra plan de lectura asusta. ¡Paf! Eso explota en la cabeza. Y uno dice, ¿plan?, ¿qué es eso tan engorroso? Los planes los debemos tomar como una bitácora. Algo más tangible, liviano, tranquilo… ¿Para qué leer? Las respuestas dan la capacidad de pensar en planes caseros de lectura, que no es otra cosa que intencionar. No debemos dejar a la deriva los procesos de lectura. Puede que en nuestra casa tengamos el hábito de leer, pero pocas veces hay intenciones claras que nos unen entorno a la palabra. Esa intención la posibilita el ser mediadores.
¿Y quiénes son mediadores? Nosotros mismos. Sin ser pedagogos ni nada de eso, solo basta saber que la lectura va más allá de un ejercicio académico. Ser mediador es ayudar al otro con sus procesos de lectura. Cuando uno asume que la lectura debe tener una intencionalidad, esto implica tener en cuenta los siguientes pasos:
1. Desmitificar la lectura. “Que la lectura da insomnio o sueño, que es para hacer tareas, que es una herramienta académica…”. A cada lector un libro y a cada libro un lector. No todos tenemos que leer lo mismo. A mí no me da pena decirlo, yo empecé a leer con revista de Condorito y algunas de Kalimán.
2. El acceso. ¿Qué pasa en muchos de los entornos familiares? Altares a la televisión, altares a los equipos de sonido, al computador y no hay acceso a los materiales de lectura. A veces a los niños le hacen una repisa para libros, pero ¿adivinen qué?, las repisas las ponen a 1.20 metros del suelo, “porque el niño de pronto coge el libro y lo daña…”. El acceso es muy importante, no solo a los libros, sino a los medios de información.
3. Ser disciplinado, encontrar estrategias para la lectura y defenderlas. Muchas veces le ponemos excusas a la lectura: nos mantenemos cansados. Encontremos estrategias y defendámoslas. ¿Qué tal si defendemos la idea de contar historias en la noche? ¿Ustedes se acuerdan de la merienda? La gente parviaba. No era más que una excusa para empezar a contar historias, se convertía en un ritual. La idea es encontrar en la disciplina un ritual. Son acciones muy simples para llevar la lectura al terreno de lo cotidiano.
La pregunta inspiradora para elaborar estos planes caseros, concluye Andrés, es cómo traer la lectura a la cotidianidad al punto de que nadie se sienta obligado. Para él y su familia hacer planes caseros de lectura incluye ir a la biblioteca los sábados; se les ha convertido en un hábito casi sagrado. Cada uno elige los libros que luego llevará a casa. Mariana, por ejemplo, eligió ¡Que viene el lobo!, uno de sus favoritos. “Ahí viene el lobo… ¡Rápido, pasa la página y te librarás de él!”, empieza a leer Andrés. Alguien en el público pega un gritico, como siguiendo la corriente a la que se unen los demás, dejando a un lado la pose de adultos.

Reseña del libro:
¡Que viene el lobo! Es un libro de cartón para leer en voz alta. Quien lo lee se vuelve parte de una divertida obra que interpela a los espectadores. Es de esos libros sencillos e interactivos diseñados con la intención de desmitificar esa creencia de que la lectura es aburrida. Fue ilustrado por Vincente Bourgeau y escrito por Cédric Ramadier.
Si las palabras de Andrés Felipe te animaron para crear tu propio plan casero de lectura, puedes empezar con los divertidos libros de Cédric Ramadier y Vincente Bourgeau, disponibles en las bibliotecas públicas de Medellín.


Por: Anamaría Bedoya Builes