Un sábado lluvioso de octubre a las diez de la mañana la bulla rompe el silencio de la Casa Eduardo Galeano, ubicada en el barrio Villa Socorro de la Comuna 2 de Medellín. No son los disparos de la violencia de unos años atrás, ni las riñas callejeras que han aquejado esta zona de la ciudad. Son los trece niños que la “profe” Leany espera cada sábado para conversar, jugar, reír y aprender con ellos.

Los niños se sientan formando un círculo en la Sala de Lectura de la “Corpo”, como le dicen todos al cuartel de Mi Comuna. Unos están nerviosos porque esa noche harán una obra de teatro frente a sus padres, y a Leany le cuesta que hagan silencio, pero sonríe, porque los niños con sus ocurrencias y palabras hacen más agradable y caluroso ese día frío. Cuando todos por fin desahogan un poco su energía, Leany propone el primer momento del encuentro: hablar del barrio, de sus vivencias en el colegio, en la casa. Les da la libertad de que cuenten lo que quieran, buscando la manera de que los niños reconozcan su entorno, lean su realidad.

“No podemos transformar el territorio si no lo conocemos”, explica Jhony Díaz, uno de los tres facilitadores de los talleres. “Queremos que los niños sepan de dónde vienen, que entiendan que este es su barrio y sólo apropiándose de el y reconociéndolo pueden modificarlo”.

Bajo esta premisa que no es impuesta, Kevin, María, Johan, Manuela y sus compañeros van interiorizando que en su barrio en alguna época hubo mucha violencia, y que hoy continúa, pero que ellos hacen parte de esa nueva generación que busca cambiar esa realidad y subsanar un poco los trágicos momentos vividos en el pasado. En un segundo momento, Leany propone un diálogo intergeneracional a los chicos. Una señora adulta que ha vivido desde niña en Santacruz les habla de la tolerancia con los demás y la importancia de cuidarse de los vicios. Los niños oyen con atención, algunos cuentan las historias que han oído de sus padres o relatan con terror cómo la violencia les ha arrebatado a algún miembro de su familia.

Mi comuna al cuento se convierte en un entorno protector, en un lugar de socialización donde los niños y las niñas conversan, leen, pintan y juegan. La escritura, la lectura y la oralidad son la excusa para motivarlos a ser tolerantes y a entender que en las vivencias de su barrio hay todo un cuento.