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Polinizando Altavista, Colectiva La Enjambre: el dulce panal de un paisaje sin fronteras (Hoy te presentamos a)

El polen El zumbido de este enjambre empieza con rápidas y sucesivas pisadas sobre el pavimento de un callejón con andenes y escalas que tranzan una geometría polimorfa. La puerta de la casa se abre. Entra la ambarina y cálida luz de la mañana, iluminando la sala de muebles multiformes, jarrones con rosas plásticas y cuadros con retratos familiares. A la vez que el lugar se ilumina, ingresan, como caóticas y disparadas centellas, los primeros integrantes de la colmena. Entonces se dispara el pico del embrollado zumbido: pisotones, risitas y caídas bruscas sobre los sofás desiguales. En menos de cinco minutos, en la sala de la casa de doña Oliva, lideresa del corregimiento Altavista, se juntan quince niños y niñas. Vinieron sin saber qué sorpresa les esperaba. Sin tener idea de lo que pasaría en las próxima tres horas. Leerán, aprenderán algunos trucos de malabares y se tomarán un Milo frío con croissant mientras cuentan cómo la pasaron esa mañana, pero eso todavía no lo saben. Vinieron cumpliendo una cita que nadie impone, a la que nadie los obliga, a la que asisten, voluntariosos, desde que al sector La Palma llegó La Colectiva La Enjambre con la idea de polinizar Altavista. Cindy Guzmán, poeta y socióloga, saca un libro de su bolso. Los niños y niñas espabilan ojos y oídos. El cuento se hace polen; como las abejas, libarán la historia en silencio. Cindy empieza a narrar la fábula de la escritora japonesa Amalia Low, recreando la voz aguda y la gruesa de una jirafa gorda y de un elefante flaco. Cuenta el melodrama de esos dos acomplejados animales que cambiaron la opinión sobre sí mismos luego de que el destino los hiciera confrontar su realidad. “Lo valioso es lo que llevamos por dentro”, concluye Cindy al terminar la historia. “¿Y qué es lo que llevamos por dentro?”, les pregunta. “¡El corazón!, ¡la sangre!, ¡las venas!, ¡los sesos!, ¡el hígado!, ¡los pulmones!, ¡la caja torácica!”, responde un pequeño, casi a gritos mientras los demás se carcajean. “¡Los sentimientos! Si uno es gordo o flaco, no importa —se anima a decir Keilys, la más grande del grupo, una morena de trece años, piernas largas y macizas, el pelo afro recogido en una cola alta—, uno debe quererse por lo que es y no por cómo es”. Entonces se eleva una polifonía de voces, un escandaloso crescendo. Al cabo se van apaciguando, deshilvanado aquel caos, permitiendo distinguir los acordes de La Enjambre, el quid de la colonia. De sus voces, ávidas por hacerse audibles, nacen las múltiples melodías que forman una armonía auténtica, sin par. El panal Altavista, uno de los cinco corregimientos de Medellín, se asienta sobre la quebrada vertiente occidental de la Cordillera Central, en medio de cañones que ocultan pequeños valles densamente urbanizados, asentamientos surgidos a finales del siglo XX y en lo que va del siglo en curso. Muchos de sus pobladores llegaron desplazados de diferentes regiones de Antioquia y del Chocó. La mayoría son afrodescendiente. Lo irónico es que vinieron a un lugar donde rápidamente empezó a librarse una guerra por el territorio. Altavista, que debía ser ese remanso donde empezar de nuevo sería posible se volvió escenario de las fronteras invisibles, linderos de fuego marcados por bandas criminales enemigas. Hace más de un año, en una de las exploraciones por diferentes barrios de la ciudad, llevando juegos callejeros, talleres de teatro, cine, música y mucha lectura en voz alta, Cindy y Erika Marín, ambas promotoras de lectura, conocieron a la comunidad del sector La Palma. Notaron la ausencia de oferta cultural y artística para la niñez, se dieron cuenta del alto nivel de desescolarización, además de que muchos pasan hambre. No encontraron parques para el disfrute del juego al aire libre, solo una cancha de arena en malas condiciones. La lideresa comunitaria que prestaba la casa para las actividades les comentó que a ella le gustaría que su comunidad tuviera una biblioteca. Estaban acostumbrados a procesos relámpagos que no alcanzaban a incidir en la vida cotidiana del territorio. Les pidió hacer algo que no fuera pasajero. Y ese llamado fue el aguijón. Decidieron pasar de la itinerancia a la permanencia. “En mayo del 2017 conformamos una colectiva que promueve la lectura, la escritura y la oralidad desde una experiencia estética. No leemos solo letras, también leemos el mundo”, comenta Cindy en el pequeño cuarto, junto a la sala, donde tienen guardados los cajones de madera pintados de colores vivos, que hacen las veces de estantería para albergar los cerca de 600 libros que han recibido; algunos son donaciones y otros los han ido comprando con los recursos de la convocatoria pública de LEO de la Secretaría de Cultura Ciudadana de la Alcaldía de Medellín. Los niños y las niñas están afuera de la casa, aprendiendo a hacer trucos de malabares, sus voces llegan como un suave murmullo. De ahí la metáfora de polinizar un territorio que requería la continuidad de un proceso, explica Cindy, la urgencia de un proyecto que se quedara lo suficiente como para producir eso que empezaron a nombrar: “la miel del conocimiento popular”. “La lectura tiene una gran posibilidad y es que en medio de la tragedia expande el mundo. Y cuando a ti te expanden el mundo puedes creer que hay otras cosas diferentes a la guerra, diferentes a la bala…”. Al proyecto se sumaron otras tres personas, Nevir; bibliotecóloga; Sergio; artista urbano y diseñador gráfico, y Sara, promotora de lectura. Desde el inicio se declaran feministas, por eso no son un colectivo sino una colectiva, no son un enjambre, sino una enjambre. Trasgredir el lenguaje es un manifiesto con el que quieren demostrar que las palabras también son sujetas a la transformación, que están en constante creación, que se pueden y se deben cuestionar. “Nosotros reivindicamos mucho las palabras que los niños y las niñas inventan. Y les damos un lugar importante en nuestra narrativa. Creemos en el caos, por eso nuestra metáfora han sido las abejas, las abejas que

Medellín, un jardín florecido de grafitis y poemas (Hoy te presentamos a)

Con el proyecto Territorio Libro, Medellín corre el riesgo de convertirse en un jardín donde el grafiti le pone forma, luz y color a la poesía, y el poema le aporta al arte urbano la magia de la palabra, ese espíritu sutil capaz de despertar sueños dormidos y de inspirar emociones, pasiones, afectos, sentido de pertenencia, amor por la tierra que nos vio nacer y, por supuesto, también duros debates o amenas conversaciones. Una metodología novedosa y refrescante para poner al alcance del residente y el turista el arte urbano, el hip hop y la poesía de nuestra ciudad, una estrategia que se sale por completo de las lógicas tradicionales para promover la lectura, la escritura y la oralidad. Una muy buena idea que seguramente veremos muy pronto replicada en otros lugares de Colombia y el mundo. Algo que para el colectivo Nuevas Voces es imperativo: compartir su descubrimiento. Por eso están realizando un micro documental que pondrán a circular con versión en inglés, para que muchos poetas, pintores y músicos, decidan agruparse y exponer su producción artística de manera mancomunada en espacios públicos de conjunción creativa. Y para el 2019 proyectan realizar una gira por diversas regiones de Colombia para contar qué es y cómo funciona Territorio Libro y poner a disposición de otros todo lo que aprendieron a lo largo del proceso. Una experiencia enriquecedora Según el director del proyecto, Felipe López, la experiencia ha sido absolutamente enriquecedora, por las sinergias que desarrollaron no solo con los artistas plásticos y los grupos de hip hop que se han involucrado en Territorio Libro, sino también “por el encuentro y el descubrimiento de barrios y lugares que no conocíamos; por la manera como los líderes comunitarios y las organizaciones culturales nos abrieron sus puertas, y por la forma como la misma comunidad recibió y acogió a nuestro colectivo Nuevas Voces. Porque también realizamos talleres en los lugares seleccionados. De allí que entre las quince intervenciones, tengamos cuatro textos escritos por poetas de la misma comunidad”. Territorio Libro combina el arte popular en el espacio público con la poesía y el hip hop, mediante una aplicación de geo-localización que admite el ingreso a la llamada realidad aumentada. A través de la app Layar que se puede descargar en https://play.google.com/store/apps/details?id=com.voces.territorio, en puntos geográficos específicos de nuestra ciudad, se activan sonidos y muy seguramente a futuro videos y fotografías, captando la imagen del grafiti con la cámara del teléfono celular o la tableta. Los puntos intervenidos en la convocatoria de estímulos 2018, son, entre otros, la estación Bicentenario del tranvía, el Hostal Raíz, la corporación Platohedro, el Centro para la diversidad sexual de Medellín, el Parque Biblioteca León de Greiff, el Café Ambrosía, el Teatro Popular de Medellín, la Casa de la Cultura del Ávila y el Colegio La Pastora en El Vergel. Y en la convocatoria del 2017, se hizo un trabajo similar en la Comuna 13, en lugares como el PB San Javier, la organización CulturizArte en Belencito Corazón, la Casa Morada, la Casa Kolacho y en las escaleras eléctricas del barrio Las independencias. Nuevas voces, nuevos cantos Territorio Libro es un proyecto que se craneó el colectivo Nuevas Voces, en su búsqueda de formatos alternativos para la divulgación de su trabajo poético. Según su director Felipe López, durante tres años estuvieron investigando y desarrollando aplicaciones que posibilitaran el encuentro de la poesía con otras formas de expresión como la música y las artes plásticas, a través de las muchas posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías. “Nos dimos cuenta de que a través de la geo-localización y la realidad aumentada, nuestra poesía podía habitar las calles de los barrios y de alguna manera, hacer realidad ese sueño de que Medellín sea un libro abierto.” El colectivo Nuevas Voces lo integran diez poetas que habían participado en diferentes grupos y organizaciones, con diversos liderazgos, y que en 2016 resolvieron unirse para hacer algo distinto a los recitales tradicionales, y bajarle un poco ese tufillo tan trascendental con el que a veces se reviste la poesía, cuando realmente el poema nace en la calle, en la esquina, en la mesa del café, en las historias de vida de la gente común y corriente. Estaban más interesados en la poesía para y de los que van a pie, sin afanes, con ganas de explorar la ciudad, sus expresiones estéticas y sus territorios. Además de Felipe López, del grupo Nuevas Voces participan en el proyecto Lina Trujillo, Camilo Restrepo, Daniel Acevedo, Ana María Bustamante Correa y Kelly Jímenez. Y con poemas como Todos estamos juntos, de Juan Felipe Posada o Niño emberá-chamí, de Johana Casanova (más conocida como Gaia), están los trabajos de los poetas de las comunidades, pero también está León de Greiff con su poema Más breve y Federico García Lorca con su Oda a Walt Whitman. Con Territorio Libro estamos reafirmando que en Medellín también tenemos la palabra al alcance de la mano, del celular o la tableta. Más breve León de Greiff No te me vas que apenas te me llegas, leve ilusión de ensueño, densa, intensa flor viva. Mi ardido corazón, para las siegas duro es y audaz…; para el dominio, blando… Mi ardido corazón a la deriva… No te me vas, apenas en llegando. Si te me vas, si te me fuiste…: cuando regreses, volverás aún más lasciva y me hallarás, lascivo, te esperando… ¿Quieres saber más de Territorio libro? Visita la página: https://www.nuevasvoces.org/territoriolibro

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