En la década de los 70 Medellín sufre transformaciones sociales, culturales, políticas y económicas que cambiaban las características de la ciudad. Se dan migraciones masivas de personas del campo a la ciudad que transformaron las condiciones urbanísticas y poblacionales, aumentando los cinturones de pobreza y el crecimiento de los barrios en las periferias. Continúa la represión estatal a los movimientos sociales que surgen en la década de los 60 y luchaban por la reivindicación y dignidad de los derechos humanos, la libertad, la educación y el arte, que buscaban un cambio cultural y un pensamiento menos tradicionalista. También se da una crisis económica que agrava la problemática del desempleo y fortalece la economía ilegal. Es en este contexto de crisis en el que la economía nacional se enfrentaba a los “desafíos que imponía un mundo cada vez más globalizado, la economía ilegal se afianzó, alimentada por contrabandistas de licor, cigarrillos y electrodomésticos, y traficantes de marihuana y cocaína, atraídos por las ganancias de estos negocios, que desarrollaron de forma transnacional desde el primer momento.”[1] El negocio del narcotráfico fue creciendo debido a la demanda internacional de drogas, en especial cocaína producida en Colombia. Esto benefició a las organizaciones colombianas que aumentaron su poder junto con los cuestionamientos al Estado colombiano por no enfrentar esta problemática de manera contundente. La presión de Estados Unidos llevó a que Colombia firmara, en el año de 1979, el tratado de extradición con este país. La década de los 80 fue un periodo de miedo y violencia por el cual atravesó la ciudad de Medellín. Esta violencia tuvo sus orígenes en el narcotráfico que escalaría al narcoterrorismo que es considerado un “fenómeno político y nacional que, como tal, le correspondió sufrirlo al país con saldo de innumerables víctimas, entre las que se cuentan ministros, procuradores, magistrados, jueces, soldados, policías, oficiales, abogados, periodistas, políticos y muchos ciudadanos. Queda la funesta herencia de las bandas de sicarios, brazo armado del narcotráfico y su rastro de muerte.”[2] El narcotráfico y el narcoterrorismo no solo generó esta violencia política, también generó violencia cultural que llenó de miedo todas las esquinas y rincones de los barrios de la ciudad, los habitantes temían cruzar una frontera invisible, violar los toque de queda y ser víctima de lo que llamaban limpieza social. “La oscuridad del narcotráfico corrompió casi todos nuestros rincones: fiestas familiares y bares, colegios, empresas, fuerza pública, políticos, jueces, palabras y hasta la conciencia. Lo que compramos, vendemos, consumimos… y hasta lo que vemos. Sufrimos la muerte como herramienta de guerra, empleo, negocio y mercancía, en manos de narcotraficantes, sicarios, milicianos, policías, bandas, autodefensas. Ya ni sabemos quién es quién, nos inundamos de silencio, dinero “fácil” y desazón.”[3] En esta década Medellín se convirtió en una ciudad sitiada por la violencia, por muchos tipos de violencia ya fuera ejecutada por el estado (estructural), por bandas delincuenciales, milicias urbanas, narcotraficantes, grupos paramilitares y grupos guerrilleros. También aparecieron los grupos de limpieza social o escuadrones de la muerte que buscaban eliminar a ladrones, secuestradores y atracadores. Por esta época los líderes estudiantiles, profesores, sindicalistas, líderes políticos y defensores de derechos humanos eran víctimas de grupos paramilitares con la complicidad del estado. Es un periodo de miedo y frustración los habitantes de la ciudad, desconfían de las instituciones públicas, aumenta la corrupción, surgen fenómenos como el sicariato y aumenta la violencia y sus expresiones como el asesinato, los magnicidios, los ataques con explosivos, las fronteras invisibles, la violencia en general, Medellín era una ciudad en la que los jóvenes tenían pocas expectativas, donde ser joven era un riesgo y en la que la juventud contaba con pocas oportunidades y era estigmatizada por un amplio sector de la sociedad. Esto es solo una breve contextualización de lo que era Medellín, telón de fondo que ambienta Víctor Gaviria en la película Rodrigo D. No futuro (1990) y que se convertiría en la primera película colombiana en ser escogida para la selección oficial del Festival Internacional de Cine de Cannes en 1990. En esta película podemos ver el crecimiento de barrios como Castilla, el rechazo y la frustración por la que pasaban algunos jóvenes de la época, la falta de oportunidades que tenían y convencidos por falsas oportunidades dedicaban sus días al atraco, al sicariato y a la venta de drogas. Rodrigo es el reflejo de un joven frustrado, de alguien que escucha y toca punk para exteriorizar su frustración y rabia frente al estado y la sociedad que no comprende lo que es ser joven en un barrio como lo era Castilla o Manrique, o muchos otros barrios de las comunas nororiental, noroccidental y centro-oriental que se formaron por el desplazamiento de sus abuelos y padres del campo a la ciudad. La música en la película es el complemento perfecto a cada escena, a cada gesto y acción de los actores. El punk y las formas en la que se expresan quienes se identifican con él como la ropa, la actitud frente a la vida y los accesorios como cadenas y ganchos, son elementos que tienen significado para quienes los usan, para los punkeros, quienes por medio de la estética (el cuerpo) y la música como principal medio de expresión, mandan un mensaje político de libertad a la estructura social tradicionalista que los oprime, los rechaza, los margina y les niega la categoría de ciudadanos y sus derechos. La película también nos muestra la contradicción entre ese imaginario de progreso que ha rodeado a la ciudad de Medellín que excluye a gran parte de la población y la visión que se tiene de la ciudad en la década del 80, que dejó de ser la ciudad industrial y progresista para ser considerada una ciudad donde la violencia proliferaba por todas partes. Canciones como Dinero expresan el rechazo por depender de medios de producción y de subsistencia que no están al alcance de todos los habitantes de la ciudad, y como la canción lo dice evidencia la angustia para conseguir los medios para sobrevivir en una