La biblioteca, en su interés por dinamizar aspectos sociales, culturales y la memoria del corregimiento de Santa Elena, presenta el siguiente escrito elaborado por uno de los integrantes del grupo de investigación “Reconociéndonos. Memorias de Santa Elena” que genera contenidos sobre el territorio. En esta ocasión podrán conocer El Castillo, el sueño de un habitante del territorio.
Agradecemos a Marta Chavarriaga, Jorge Alberto Hernández, Betty de la Pava, Gladys Rojas y demás personas que han acompañado este proceso de investigación que busca la difusión y apropiación de la memoria del corregimiento de Santa Elena.
En la vereda Barro Blanco hay un castillo construido por una mujer. Lo hizo sin planos, diseñándolo de acuerdo con lo que iba encontrando en las ventas de demoliciones y guiada por la intuición, la tenacidad, la imaginación y el sueño que tenía desde niña. Betty de La Pava, la princesa que lo soñó, también es una guerrera que lo hizo real. Desde pequeña le encantaban estas misteriosas y bellas construcciones de siglos pasados y por eso visitaba con frecuencia el museo El Castillo de Medellín, edificación inspirada en los castillos del Valle de Loira en Francia, que fue construido en 1930 al estilo gótico medieval.
Cuando viajó a Europa tomó muchas fotos de castillos y tuvo la idea de construir uno para ella. Betty creció oyendo decir a su alrededor “vamos a la finca”, eso le llamaba la atención porque su familia no tenía finca y tener una era una idea que se veía muy lejana y requeriría de mucha inversión, pero como siempre ha sido muy ahorradora y convencida de que los sueños se pueden hacer realidad, un día pensó que ella podría comprar un terrenito en el campo, y de esta manera empezó a ahorrar dinero. Cuando regresó de Europa, hace 24 años, compró, junto con su hermano, el terreno donde se encuentra hoy el Castillo. Empezó a dibujar su sueño y a visitar las demoliciones que había en la ciudad, pues por ese tiempo se inició la construcción del metro y muchas casas y negocios tuvieron que ser demolidos. Sin planos, y de acuerdo con lo que iba encontrando en medio de los escombros de las demoliciones, trazaba el diseño en su mente transformando y acomodando ideas, diciéndole al trabajador qué era lo que había que hacer, éste le seguía la corriente o le mostraba la imposibilidad de llevar a cabo determinada idea.
Trabajaban un tiempo hasta que la plata y los materiales se agotaban, y descansaban otro. Un día, en alguna de las demoliciones, encontró una escalera en caracol y se le ocurrió hacer un segundo piso para el castillo. Consiguió además 17 ventanas que fue poniendo de a poquitos, porque, aunque siempre regateaba el precio de los materiales, el transporte era lo más costoso, pues el ladrillo macizo que consiguió era muy pesado y además tenía que dejar el carro en donde ahora está el estadero El Silletero porque en ese entonces no había carretera para la vereda Barro Blanco.
Cuando le contaron que en la vereda El Plan había un castillo construido, se fue a conocerlo para concretar ciertas ideas que tenía. Un profesor de la Universidad Nacional le dio la idea de resaltar unos arcos y le diseñó el escudo de armas, o logotipo del “Castillo de las Pavas del Soto” que ella hizo en cerámica y lo incrustó en sus paredes. Tiempo después, cuando quiso legalizar la propiedad, el municipio le exigió los planos, entonces una arquitecta los hizo, sobre la construcción ya terminada. Arriba del garaje que está a un lado del castillo, Betty construyó un salón donde se retiraba a pintar, leer o coser. Lo llamó el salón de arte. Conformó un costurero con mujeres de la región donde empezaron a pensar la forma de empoderar a las mujeres cabeza de familia por medio del trabajo manual que realizaban. Después de muchos ires y venires en la Alcaldía, les dieron las maquinarias y en la escuela de la vereda El placer les adecuaron un lugar. Lograron contactos, fueron a ferias y consiguieron buenos contratos durante varios años hasta que por circunstancias particulares de algunas de las integrantes tuvieron que terminar con el proyecto. Luego su vida tuvo un viraje: adaptó el taller como habitación, y se unió al programa Verde Mujer para alquilar el castillo como alojamiento, hasta que le exigieron registrarse en la cámara de comercio, cosa que no hizo porque este proyecto no le estaba dejando ninguna ganancia. Volvió a habitar en su sueño, alquiló el apartamento aledaño y hoy vive acá y en Medellín, ya que como maestra que fue, ahora está “maestriando” con su única nieta y le da infinitas gracias a la vida por haber tenido la oportunidad y el empeño para construir ese castillo que soñó la princesa y construyó la guerrera.
