“Yo soy un paisa nacido en Cuba con pasaporte gringo, cédula de colombiano, mi abuelo neoyorquino, mi abuela francesa y mis abuelos judíos marroquí. Mi mamá antioqueña que es mi lado colombiano … y otras yerbas”

De niño tuvo un trauma de localización y de fronteras. Cuando decía que era de acá, no le creían porque no nació en el Parque de Berrío, entonces tuvo que inventarse esta presentación que repite cuando le preguntan de dónde es.
Por el lado de su madre tiene grandes raíces antioqueñas que lo llevan hasta el comienzo de esta montaña, a Media Luna, a la casa grande llamada Campos de Gutiérrez, una hacienda cafetera y residencia artística en la actualidad. Eduardo Monzón-Aguirre es su nombre, nació en Cuba en 1947 y llegó a Santa Elena en 1982; la mitad de su vida ha estado unido a estas montañas que ama profundamente. Cuando le preguntan si es escritor, poeta o profesor contesta que de todo un poco ya que por herencia cubana y antioqueña (su abuela era prima del poeta Epifanio Mejía), tiene sensibilidad poética para el verbo y el ritmo, la palabra y la conversación. Es un monje Benedictino que, en el año 1967, de 19 años entró al monasterio de Santa María de la Asunción de Envigado fundado por monjes catalanes de la abadía de Monserrate, de tradición milenaria.
Quiso pararse frente al altar para presentar la ofrenda y en el seminario comprendió que lo que quería era ser la ofrenda.
Como pichón de monje, en 1968 fue fundador, con 4 jóvenes más, del monasterio Benedictino Santa María de la Epifanía en Guatapé en donde se dedican a la búsqueda exclusiva de Dios siguiendo la regla de San Benito orientada a la oración, el estudio y el trabajo, en un ambiente que posibilita una actitud permanente de escucha y diálogo con el señor. Es por esto por lo que tienen importancia central el retiro, la soledad y el silencio, que no significan rupturas, al contrario, disponen para la escucha y acogida del hermano. Estudió en Roma, en varios países europeos y en Inglaterra y en el 1976 regresó al país y se ordenó como sacerdote.
Como es un curioso de las ciencias naturales, especialmente de la entomología, que estudia los insectos, en 1981 conoció el laboratorio de investigación forestal del Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente. Descubrió un mundo diferente en la azotea de la ciudad, con aproximadamente 3.000 hectáreas de bosque, una comunidad sencilla y aislada en estas montañas y fue cuando sintió que le susurraba una voz que lo invitaba a quedarse en ese lugar.
Eligió el 15 de agosto de 1982, día de asunción de la virgen, para seguir ese llamado y hacer su tránsito a la montaña. Llegó a las 5 de la tarde a la finca del doctor Villa que se la prestó porque iba a estar 3 meses de viaje fuera del país.
1983, un tiempo considerado por él como de depuración, le permitió estar en el embalse de Piedras Blancas por 9 meses en silencio y los sábados y domingos ofrecía la misa en el lugar donde hoy está la estación del metro cable Parque Arví. Conoció a la gente de una belleza simple, natural, auténtica y aprendió mucho de ellos, porque él “no vino para enseñar, sino para aprender.”
Sintió el cruce de una dimensión que lo jalaba y otra que lo llamaba. La que jala es vertical: “el silencio adorante y subiente”; y también lo llamaban los otros, los hermanos, los campesinos que están acá: “la dimensión operante y sirviente, para compartir con ellos.”
Conoció al padre Jorge Enrique Suárez que era el párroco de El Retiro, Rionegro, Envigado y Guarne que conformaban una sola parroquia; se entendieron muy bien y fue su inspiración para soñar con una ermita. Como monje a veces le urge la necesidad de tener un lugar de intimidad: “así como el poeta necesita un lugar silencioso para escribir, el investigador para analizar y el pintor para pintar, el monje necesita espacios más profundos para adentrarse. No es para separarse, es para encontrarse.” Entonces empezó a soñar con una iglesia y se le ocurrió preguntarle a la comunidad que si no sería bueno construir una pequeña capillita. Lo vio como una necesidad, porque cada sector en Santa Elena es una comunidad, una familia con sus particularidades. Santa Elena es una comunidad de comunidades. De esta manera fue que junto a los habitantes de la vereda Piedras Blancas construyó la Ermita de la Santa Cruz del Tambo a comienzos de la década del 90.
En todo este tiempo en la región ha visto una evolución social muy buena de tipo práctico como las soluciones económicas para la gente, y otras no tan buenas como la pérdida de ciertas prácticas , por ejemplo, recuerda cuando él caminaba solo por el bosque para meditar, pensar, elevarse, sintiendo el “amor flotante” y ahora hay mucha gente; o ver cómo los nativos antes eran más unidos y se volvieron individualistas por necesidad ya que vieron invadido su territorio por el turismo y les toca atender a una comunidad flotante .
El padre Monzón, para quien el trauma de los límites y las distancias ya no existe, ahora siente que esta es una montaña con la inocencia perdida.
