Por: Omar Muñoz

Premiación a jinetes en los años 60, a la izquierda Norberto Pulgarín

 

–Este texto hace parte de “Digitalizando el pasado”, un ejercicio de  recuperación de la memoria local de la comuna 12 que desarrolla la Biblioteca La Floresta con sus usuarios–

Norberto Pulgarín nació en el barrio Niquitao en el año 1928, desde muy pequeño inició su vida laboral como ayudante de su abuelo, el sepulturero del Cementerio San Lorenzo, donde apenas ganaba unos pocos centavos con los cuales ayudaba a su madre. A sus diez años su familia entró en una gran recesión económica, estando al borde de lanzamiento de su casa ya que llevaban cuatro meses sin pagar el arriendo, situación que lo obligó a conseguir un trabajo donde ganara un poco más, entonces se arrojó a las calles a vender el periódico El Colombiano para solventar los gastos y deudas de su hogar, también trabajó por un periodo como domiciliario de varios restaurantes del sector.

A sus doce años llegó al barrio La Floresta a vivir con su madrina, en los terrenos de Juan Bautista González, su tío, donde hoy se ubica el Parque de La Floresta, los cuales compró cuando se ganó la extraordinaria de la Lotería de Medellín, y que luego de un tiempo perdió debido a su ludopatía. Recuerda que en esa época las casitas eran de bahareque, las cuales él mismo ayudó a construir, ya que trabajó pisando la “boñiga” de las vacas, la cual se usaba para levantar las paredes.

En su adolescencia pasaba los días en el bar El Timón, donde gracias a su conocimiento sobre las carreras de caballos, ayudó a ganar mucho dinero a sus amigos, en las famosas “quinielas” y el “cinco y seis”.

Siempre admiró los jinetes de su época mientras competían en el Hipódromo Los Libertadores, soñando en algún momento de su vida poder ser como ellos; sin imaginarse que años más tarde en los casi 900 metros que quedaron baldíos luego de su cierre, un amigo bastante entrado en años y “curtido” en los caballos, decidió entrenarlo durante nueve meses en este arte, para que fuera el mejor. Cuando sintió confianza en sí mismo, probó su suerte proponiéndole a un señor muy poderoso económicamente, que apostara diez quinelas por él, prometiéndole la mitad de las ganancias, y así, en su primera carrera fue primero de principio a fin en los 1.050 metros que corrió, ganando ochocientos pesos por quinela, allí empezó su suerte.

Más tarde viajó a la ciudad de Bogotá donde se profesionalizó y rápidamente alcanzó la cúspide de esta disciplina, siendo uno de los jinetes mejores pagos y más galardonados del país. Con otros 49 jinetes más decidió ahorrar sus ganancias en un fondo de la época, el cual tiempo más tarde desapareció, junto con los novecientos millones de pesos que tenía allí ahorrados, habían sido estafados, él y sus amigos.

El resto de sus ganancias las despilfarró en fiestas, bares y mujeres, escasamente logró formar académicamente a su hijo, y poco más, porque ni siquiera una pensión alcanzó.