Llega el olor del azafrán, del viento, del pasto húmedo, del asfalto atacado por el sol, el olor natural de Medellín, el olor de los niños que, agitados por el afán de llegar a un encuentro, corren diariamente por la calle 29 A del barrio La Milagrosa. Una calle con una pendiente muy pronunciada que deja sin respiración a más de un habitante. Una calle de paso obligatorio para llegar a cumplir la cita con ROBLOX, uno de los tantos juegos en línea que permite la tecnología. Animados por el ensamble de sus avatares, de encontrar misiones cada día y lograr el objetivo que los pone en el ranking número 1, llegan a la Biblioteca Ávila para encontrar un espacio poco posible en sus casas. Buscan ventanas abiertas a nuevas posibilidades que en cierta medida se cierran, vienen para compartir vidas, trucos, ganancias y derrotas. Llegan para hacer amigos, muchos de ellos, interesados en escribir su historia gracias a la tecnología y a sus mundos posibles. Hablar de ROBLOX, su tema favorito, es igual a iniciar una conversación larga y duradera, igual a la pendiente que ellos transitan para estar en este lugar de vida. Es adentrarse en su universo, en su imaginación y de alguna forma en sus pensamientos. Hablar de ROBLOX, hacer preguntas sobre su metodología, hace que seamos amigos, que entendamos sus gustos y compartamos un poco de su mundo de fantasía. Realidad, virtualidad, tecnología, formas de vida. Son palabras que encierran la magia y un pedacito de lo que aquí pasa.
Los niños que asisten todos los días a la Biblioteca Ávila buscando permear el universo tecnológico que es ofrecido gracias a 4 computadores disponibles, son personas que tratan de adentrarse a una realidad alterna a su día a día, una alternativa de vida opuesta a la real, un universo donde solo importa ganar y cuidar su mundo creado, algunas veces, a su gusto. ¿Será que su estadía en lo virtual responde a la necesidad de alejarse de su cotidianidad? ¿Su insistencia en el uso de estos equipos está mediada por su nivel de creatividad?
