A Jamer, Jorge Mario y Jorge Andrés, desaparecidos después de la Operación Orión, y a los demás integrantes del primer Club de Amigos de la Biblioteca que espero, han de rodar por la vida.

Por: Consuelo Marín Pérez

La guerra llegó alrededor de la biblioteca de a poquitos, un arma por ahí, un retén y requisa por allá, unos encapuchados, otros que pedían colaboración para la seguridad del barrio, otros dejaban panfletos amenazantes, y de ahí a lo peor, a la crueldad desmedida… así creció y se ensañó con los usuarios.

El edificio es de dos pisos, en ladrillo, con claros ventanales desde donde se ve la calle de entrada al barrio y la cancha; un amplio tragaluz sobre las escalas en las que vuela el dragón; todos los libros nuevos y todo lo que podía ser de colores lo tiene: columnas, muebles, adornos, y hasta los encuentros humanos con sonrisas, abrazos y apretones de mano.

Está ahí tirado, afuera de la biblioteca en el cemento, herido por el polvo que resecó sus escamas y por los rayos del sol que las cuartearon. La cabeza doblada como avergonzado (yo lo estoy, por él), con las fauces abiertas en derrota y la roja lengua que cae al piso, esa lengua con la que desliza niños hacia su estómago; el cuerpo roto en las costillas, una pata desprendida y en la cabeza la herida más reciente, una rasgadura sobre la espuma y los alambres que pudieron contener sus entendederas. Varios niños al verlo comentan: -¡pero si tenía como veinte años!-; edad insignificante para un verdadero dragón, pero este, con siete años de exhibición, ya fue viejo.

Varios de los chicos llegan a la biblioteca de la mano de uno o dos hermanitos menores, con apenas once años ellos ya tienen la obligación del cuidado y la alimentación de otros pequeños -aunque no tengan que conseguirla-. Uno de los poetas invitados al festival de poesía de Medellín relató una situación similar: fui papá a mis once años.

De esos “pequeños papás” hay uno que solo tiene a la mamá. Ella trabaja en oficios domésticos fuera del barrio, por lo que él queda a cargo de su hermana de cinco años y de su hermano de ocho. Llegan temprano, apenas se abre la biblioteca entran los tres a apropiarse del espacio, de los libros y de los afectos de los bibliotecarios. Ellos le ayudan a cumplir con sus deberes: le exigen, a los tres delante del hermano mayor, que estén bañados y limpios, le recuerdan la hora de llevar a los pequeños a almorzar y le ayudan a poner orden en las peleas entre hermanos. Pero la madre enferma de cáncer y muere en pocos meses, los hermanos son recibidos por familiares. El “pequeño papá” pronto cumple la mayoría de edad y se va a la soldadesca, único camino de subsistencia cuando se ha tenido exceso de carencias. A su regreso es reclutado a la fuerza por los ilegales, nunca vuelve.

Cuando llegó era hermoso, tenía la frescura de su novedad en los colores: amarillo, rojo, verde; en sus fauces, siempre abiertas, albergaba la amenaza del fuego, el suyo fuego frío. La biblioteca hospeda su vuelo de fiera enjaulada, vuelo silencioso de garras y colores que atraen miradas. Trae asombro bajo el tragaluz y un cándido sobrecogimiento para los más pequeños, los mismos que cuando pasan cerca, de camino a casa, con sus padres, los llevan para mostrarles a la fiera. Se ve al entrar o al salir, desde la primera o la segunda planta, la fiera suspendida alienta comentarios: – ¡Qué bonito!, – ¡Qué grande!, – Mamá, ¿los dragones comen niños? Le aprecian. Cada quien tiene un sentimiento definido hacia él, su cuerpo roto levanta de nuevo las murmuraciones.

Cuando se crea el primer club de amigos de la biblioteca, llegan 14, permanecen 12 preadolescentes movidos por las búsquedas juveniles para las que el barrio tiene pocas ofertas. En este grupo hallan amigos, amores, compromisos lúdicos y un rol de reconocimiento fuera de la escuela, con intención humana y social; cultural y personal. Reparan libros; leen libros en voz alta; organizan mercados del trueque algún sábado hasta tarde de la noche -con el dragón por testigo-; salen de paseo, de visita a museos y a otras bibliotecas; ayudan en las novenas, y, a su vez, reciben ayuda de los bibliotecarios. Tres de ellos tratan de enamorar a tres de ellas. Alguno llega con credenciales de enamorados ya usadas. Dos personas de la biblioteca dedican el rato necesario para borrar con una cuchilla los nombres de los destinatarios y remitentes anteriores y ponen con esmero los nombres de los chicos para que se las puedan regalar a ellas.

Uno de los enamorados es vecino de la biblioteca. Un joven silencioso de mirada certera y facciones finas. Enojón, como el ambiente en el que se crio: en su casa bulle un pequeño mar embravecido que agota a las personas y las hace chocar unos contra otros, cada día. El afecto allí se da a los trancazos, entre las inagotables necesidades del cuerpo y del afecto. El enamorado hace amistades en la guerra y lo enrolan en tareas livianas a la vista pública. Poco después de que se desata la crueldad desmedida en el barrio, lo sacan a la fuerza de su casa. Nunca regresa.

Los mismos que admiraron o temieron al dragón de espuma ayudan a arrancarle a pedazos la piel, pequeños dedos lo descaman, pequeñas manos lo rasgan, hay que reducirlo aún más para que se queme pronto. El fuego, su elemento, da cuenta de sus restos. El dragón termina su ciclo en una hoguera encendida bajo el sol de un mediodía, después de días de lluvia.

Además de enamorados, los jóvenes lectores quieren ser deportistas o profesionales, alguno quiere llegar a trabajar en la biblioteca, tienen sueños de futuro. Como también tienen vecinos, amigos o conocidos que trabajaban para la guerra, en el mismo barrio. Ellos, desprevenidos y sin malicia, siguen tratándolos como vecinos, como amigos, como conocidos, siguen manteniendo saludos, conversas y hasta juegos, sin saber que para el bando ilegal entrante son fuente de información.

Entre esos pequeños lectores hay uno apasionado por el futbol, sueña con llegar a las grandes ligas. Cuando se integró al club de amigos de la biblioteca aún mudaba los dientes, fue de los primeros que llevó el cabello a la moda, rapado a los lados, es alegre, ágil y enamorado. Creció entre todos los demás, camino a la juventud, pero como a muchos otros, no lo dejan llegar. Poco menos de un mes después del operativo vergonzante, con el que instalaron a nuevos bandos en el poder de la guerra, y cuando su familia lo cree a salvo porque lo han enviado a otro pueblo, una facción de los mismos que quedaban en el poder se lo lleva de una cancha en la que juega. Nunca lo devuelven.

El dragón de espuma que adornaba la biblioteca ha sucumbido en el fuego después del sacudón de la guerra, y como él, tres de los chicos del club de amigos, que la alegraron.

Dragón de espuma de la biblioteca